Traducción al español: David Barceló, abril 2002.
Introducción
Hay mucho más concerniente a los “tiempos del fin” o últimas
cosas (Escatología) de lo que nosotros decimos que realmente
sucede en los últimos días. Nuestra escatología depende
estrechamente de nuestra visión de lo que Dios está haciendo en
la historia.
En el centro del debate está la cuestión del “Israel de Dios”
(Gálatas 6:16). Por supuesto, esta no es una cuestión nueva.
Durante el ministerio terrenal del Señor y después de su
resurrección y antes de su ascensión, los discípulos le
preguntaron repetidas veces, “Señor, ¿restaurarás el reino a
Israel en este tiempo?” (Hechos 1:6).
En efecto, había una extendida creencia rabínica y popular de
que el Mesías debía de ser un personaje político-militar
poderoso de fuerza y destreza Davídica — “David hirió a sus
diez miles” (1 Samuel 18:7). Juan 6:14-15 dice,
Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús
había hecho, dijeron: “éste verdaderamente es el profeta que
había de venir al mundo.” Pero entendiendo Jesús que iban a
venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a
retirarse al monte él solo.”
No se trataba, como algunos lo entienden, de que no fuera el
tiempo, sino más bien de que un reino terrenal era contrario a
sus propósitos. De nuevo, al final de su vida, durante su
entrada triunfal, no vino a establecer un reino terrenal sino a
cumplir las profecías, “No temas, Oh Hija de Sión; mira, he aquí
tu rey viene, sentado sobre un pollino hijo de asna” (Juan
12:15; Isaías 40:9; Zacarías 9:9).
Jesús les había enseñado a los discípulos y a otros que él no
había venido a establecer un reino terrenal como ellos esperaban,
sino que había venido a traer salvación del pecado. Al final,
cuando “los hombres de Israel” no pudieron tolerar más su
rechazo a someterse a la escatología de ellos, su plan para la
historia, le crucificaron. Las Escrituras dicen,
De esta manera también los principales sacerdotes,
escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los
ancianos, decían: “A otros salvó, a sí mismo no se puede
salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz,
y creeremos en él.” (Mateo 27:41-42).
Es también triste el hecho de que muchos cristianos estén de
acuerdo con los principales sacerdotes y los maestros de la ley.
El Dispensacionalismo ha sostenido por mucho tiempo que los
fariseos tenían el método correcto de interpretar la Biblia,
sólo que llegaron a conclusiones equivocadas.
El Dispensacionalismo-Premilenialismo cree que Dios le hizo
la promesa a Abraham (Génesis capítulos 15 y 17) de que le daría
un pueblo terrenal y nacional de manera que, según el
Dispensacionalismo, siempre ha sido la intención de Dios tener
tal pueblo, y si los Judíos rechazaron la primera oferta (¡o
Jesús rechazó sus términos!) habrá de haber un reino, Judío,
Palestino, en el milenio.
De acuerdo con el Dispensacionalismo, Dios estaba tan
comprometido con la creación de ese pueblo terrenal y nacional
que esta fue la principal razón de la encarnación, nacimiento y
ministerio de Cristo. Si ellos hubieran aceptado su oferta de un
reino terrenal, Jesús no hubiera muerto. En este esquema, la
muerte salvadora de Jesús en la cruz es un feliz sub-producto
del plan de Dios para un Israel nacional.
Es también un artículo de fe entre muchos Premilenialistas el
que la creación de un estado Israelí moderno, en Palestina en
1948, sea una confirmación providencial de su reclamo de que los
Judíos son el pueblo terrenal y nacional de Dios, y más aún, que
Dios continua obrando en la historia en dos trayectorias
diferentes, con un pueblo Judío terrenal y con un pueblo
Cristiano espiritual.
Esta manera de proceder, de todas formas, está cargada de
dificultades. En primer lugar, esta forma de leer los sucesos
contemporáneos es muy incierta. ¿Quién de entre nosotros sabe de
forma certera el sentido exacto de la providencia? Si un ser
querido tiene cáncer, ¿deberíamos especular sobre qué pecado lo
causó? Nuestro Señor nos advirtió contra el intentar interpretar
la providencia (Juan 9). Si no podemos ni tan sólo intuir el
significado de providencias relativamente pequeñas, ¿cómo vamos
a interpretar el sentido de providencias mayores? ¿Quién dice
que deberíamos centrarnos en un estado israelí? ¿No debiéramos
más bien centrarnos en la difícil situación que viven los
cristianos palestinos, quienes han sufrido mucho en manos de
Judíos y Musulmanes, y en especial desde la formación del Israel
moderno?
Aunque resulte emocionante pensar que Dios pueda estar
haciendo algo espectacular en nuestros días, da temor pensar que
nuestra codicia de emociones no es mejor que el clamor de
aquellos israelitas que dijeron, “danos a Barrabás”. Bien
pudiera ser que la locura de los últimos tiempos que estamos
presenciando, primero a finales de los 70, y de nuevo durante la
guerra del Golfo y de nuevo en estos últimos años, sea realmente
una búsqueda de certeza. Así como las últimas generaciones
apartaron sus ojos de la predicación del evangelio y la
administración de los sacramentos, en favor de los avivamientos,
nuestra generación parece inclinarse por encontrar confirmación
para su fe en el ser testigos presenciales del final de la
historia. El hecho es que los cristianos a menudo han pensado la
misma cosa, y han estado equivocados.
Recuerda que después del Monte de la Transfiguración (Mateo
17:1) donde Moisés y Elías aparecieron ante su Señor, los
discípulos salpicaron a Jesús con preguntas sobre un reino
Mesiánico terrenal, sobre si Elías aún había de venir. Jesús les
respondió diciendo,
“A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las
cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron,
sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también
el Hijo del Hombre padecerá de ellos. Entonces los
discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el
Bautista.” (Mateo 17:11-13).
Jesús siempre tiene la intención de predicar la llegada del
Reino (“
el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed
en el evangelio. Marcos 1:15), morir por los pecadores, y
gobernar su reino desde donde ahora está, a la derecha del Padre
(Hechos 2:36).
Más tarde, en Mateo 19:27-30, después de haber oído las
enseñanzas de Jesús sobre la verdadera naturaleza del Reino,
Pedro preguntó de nuevo la pregunta del Reino, “He aquí,
nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues,
tendremos?”, a lo cual Jesús respondió,
“De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo
del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que
me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos,
para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que
haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre,
o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien
veces más, y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros
serán postreros, y postreros, primeros.”
Nuestros hermanos Premilenialistas interpretan esto como
promesa de un reino Judío terrenal, pero Jesús entendió el Reino
de una forma bastante diferente. Las parábolas que vienen a
continuación precisamente enseñan que Dios no está estableciendo
un reino Judío terrenal, sino más bien que “el último será
primero, y el primero será último” y que
“el Hijo del Hombre será entregado a los principales
sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte; y le
entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten,
y le crucifiquen; mas al tercer día resucitará.” (Mateo
20:18).
Jesús fue incluso aún más claro con la madre de Santiago y
Juan, que andaba buscando trabajo para sus hijos: “Ordena que en
tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y
el otro a tu izquierda.” (Mateo 20:21). él la reprendió
diciéndole que no sólo no iba a establecer un reino terrenal,
sino que además iba a sufrir y morir y que ellos iban a sufrir y
morir por causa de él, porque “el Hijo del Hombre no vino para
ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por
muchos.” (Mateo 20:28).
Por lo tanto, no podemos estar de acuerdo con el argumento
del Dispensacionalista Clarence Larkin, cuando interpreta las
palabras de Jesús,
“No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones,
que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder,
cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me
seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y
hasta lo último de la tierra.” (Hechos 1:7-8).
no como una reprensión hacia los discípulos por haber estado
buscando un reino terrenal, sino tan sólo como una advertencia a
seguir esperando el reino en la tierra.
Mas bien, Jesús no vino para formar en la tierra un reino
Judío ahora o más tarde, sino que su intención fue tan sólo
redimir a todo su pueblo por medio de su muerte en la cruz, y
gobernar a las naciones con vara de hierro en su ascensión hasta
su regreso en juicio.
Mi argumento es que el propósito principal de Dios en la
historia ha sido siempre el de glorificarse a sí mismo por medio
de la redención de un pueblo formado por gentes de todos los
tiempos, lugares y de todas las razas, cuya gracia él ha
administrado desde la caída, en la historia en una iglesia
visible e institucional, representados por Adán, Noé, Abraham,
Moisés, David y ahora Cristo.
Por lo tanto la premisa de que la intención de Dios ha sido
la de establecer una nación Judía permanente o milenial es justo
al contrario. Nuestros hermanos Dispensacionalistas confunden lo
que es temporal con lo que es permanente, y lo permanente con lo
temporal.
La Palabra de Dios nos enseña que Jesús es el verdadero
Israel de Dios, que su encarnación, obediencia, muerte y
resurrección no fue un sub-producto del rechazo de Israel a la
oferta de un reino terrenal, sino el cumplimiento del que fue el
plan de Dios desde toda la eternidad. Esto es lo que Jesús les
dijo a los discípulos en el camino a Emaús. Uno de ellos dijo, “nosotros
esperábamos que él era el que había de redimir a Israel.” En
respuesta nuestro Señor les dijo,
“¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo
que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo
padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y
comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas,
les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían.”
(Lucas 24:25-27).
El apóstol Pablo resumió esta misma enseñanza cuando les dijo
a los corintios que no importa cuántas promesas Dios os haya
hecho, “todas son Sí en Cristo” (2 Corintios 1:20).
Definición de Pacto
No podemos comprender lo que Dios está haciendo en la
historia si no entendemos uno de los conceptos más importantes
de las Escrituras: pacto. Esta es una palabra muy frecuente en
la Biblia (294 veces). El pacto describe la forma en que Dios se
relaciona con sus criaturas. Es un juramento que compromete a
ambas partes y en el cual hay condiciones, bendiciones por la
obediencia y maldiciones por la desobediencia así como señales y
sellos del juramento.
Ley y Evangelio: Pacto de Obras y Gracia
Dios hizo el primer pacto en la historia humana, un pacto de
obras, con el primer hombre en el paraíso. La bendición
prometida a cambio de mantener el pacto fue que Adán y toda la
humanidad entrarían en la gloria (“come
y vive para siempre,”
Gen 3:22); la maldición por romper el pacto era la muerte (“de
cierto morirás,” Gen 2:17). La condición del pacto es que Adán
se abstuviera de comer del árbol del conocimiento del bien y del
mal (Gen 2:17). Las señales del pacto fueron el árbol del
conocimiento del bien y del mal y el árbol de la vida (Gen 2:9).
Como ya sabes Adán falló en la prueba, y como Pablo dice “el
pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la
muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos
pecaron.” (Romanos 5:12). Todos nosotros hemos nacido bajo este
pacto de obras.
El segundo pacto de la historia fue también hecho por nuestro
Dios con nuestro padre Adán. Este pacto, sin embargo, no fue un
pacto de Ley; más bien fue un pacto de Evangelio. Este es un
juramento que compromete a ambas partes y en el cual hay
condiciones, bendiciones por la obediencia y maldiciones por la
desobediencia así como señales y sellos del juramento.
En el pacto de gracia, Dios prometió bajo juramento la venida
de un Salvador (“la simiente de la mujer”) quien heriría en la
cabeza a la simiente de la serpiente cuando la serpiente hiriera
su talón (Gen 3:14-16).
La bendición de este pacto es la vida eterna (el árbol de la
vida) y la maldición por romper el pacto continúa siendo la
muerte. El Evangelio de este pacto es que hay un Salvador que
guardará los términos del pacto de obras y que los pecadores se
beneficiarán de ello.
Hay tres cosas que han de ser dichas sobre las condiciones
relativas al pacto de gracia:
1. En cuanto a la causa de nuestra justificación, el
pacto de la gracia es incondicional. Dios no acepta
pecadores por otra razón que no sea la justicia de
Cristo imputada sobre ellos por gracia.
2. En cuanto al instrumento de nuestra justificación,
la fe salvadora, regalo de Dios (Efesios 2:8-10), es la
única condición del pacto. La fe es pasiva (la recibimos
de Dios) y orientada hacia Cristo. Esto es lo que los
Reformadores Protestantes querían decir con sola fide.
3. En cuanto a la administración del pacto de la
gracia, podemos decir que las condiciones del pacto son
aquellos medios por los cuales Dios habitualmente hace
pasar a los pecadores de muerte a vida, o sea, la
predicación del Santo Evangelio, y aquellos medios de
gracia por los cuales él confirma sus promesas y
fortalece nuestra fe: los santos sacramentos. La
obediencia cristiana no es ni base ni instrumento de
nuestra justificación ante Dios, sino el fruto y la
demostración de la obra de Cristo por y en nosotros.
En la historia de la salvación, este mismo pacto del
Evangelio que Dios hizo con Adán fue renovado con Abraham, pero
la promesa se volvió a establecer, “Yo seré vuestro Dios, y el
de vuestros hijos.” La señal del pacto en Génesis 15 fue el
cortar los animales y como condición permaneció la fe. Por esta
razón las Escrituras dicen, “Y Abraham creyó a Jehová, y le fue
contado por justicia.” (Gen 15:6).
En Génesis 17:10-14 la circuncisión viene a ser la señal de
iniciación al pacto de la gracia. El pacto y la señal están tan
íntimamente relacionados que el Señor llama a la señal de la
circuncisión “mi pacto”.
El pacto de obras no desapareció sin más de la historia de la
salvación. Más bien vemos que el pacto de obras se repite a lo
largo de las Escrituras, cada vez que la Ley es leída y Dios
reclama a los pecadores una justicia perfecta, p.e. “Maldito
todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el
libro de la ley, para hacerlas.” (Gal 3:10). Cuando Jesús dijo
al joven rico, “haz esto, y vivirás” (Lucas 10:28) él estaba
repitiendo el pacto de obras.
De igual manera el pacto de la gracia es repetido a lo largo
de la historia de la redención, siempre que Dios dice, “Yo seré
vuestro Dios, y vosotros seréis my pueblo” él está repitiendo la
promesa hecha a Adán. Dios repitió esta promesa del evangelio a
Noé, Abraham, Isaac, Jacob, David, Moisés, finalmente la cumplió
en Cristo y luego nos la repite a nosotros a través de los
Apóstoles, como vemos en Hechos 2:39.
Estos dos pactos unifican toda la Escritura. Todos los seres
humanos están muertos en sus delitos y pecados y todos aquellos
que son salvos están en el pacto de la gracia.
El Antiguo Pacto (Mosaico)
Muchos creyentes en la Biblia asumen que cada suceso que tuvo
lugar en la historia de la salvación antes de la encarnación y
muerte de Cristo pertenece al Antiguo Testamento, y muchos de
ellos asumen que desde la encarnación, las Escrituras del
Antiguo Pacto ya no se aplican ni hablan a los Cristianos. De
hecho, algunos Dispensacionalistas incluso consideran que
algunos libros del Nuevo Testamento no se aplican a los
Cristianos de hoy, porque fueron escritos para aquellos que son
Judíos de etnia. Hace apenas unos años, oí decir a un pastor
Dispensacionalista en Navidades que “el problema de los
Evangelios es que el Evangelio no se encuentra en los Evangelios.”
Las Escrituras mismas, de todos modos, refutan tales ideas.
El apóstol Pablo en 2 Corintios 3:12-18 define el “Antiguo Pacto”
como Moisés lo hizo, en un sentido general en los libros de
Moisés y particularmente en las leyes Mosaicas (vv. 14-15). En
Hebreos 7:22, Jesús es la garantía de un pacto mejor que el que
fue dado a los Israelitas. Más adelante, en 8:6-13 al contrastar
el Nuevo Pacto con el Antiguo, restringe el Pacto Antiguo a la
época Mosaica de la historia de la salvación. Hace de nuevo la
misma distinción en 9:15-20. Luego, estrictamente hablando, el
Viejo Pacto describe el pacto que Dios hizo con Israel en Sinaí.
Por lo tanto, no todo lo que ocurrió en la historia de la
salvación, antes de la encarnación, pertenece al Pacto Antiguo.
Esto es importante, porque el Viejo Pacto es descrito en el
Nuevo Testamento como “inferior” (Hebreos 8:7), “obsoleto”, “viejo”
(8:13) y que su gloria está “desapareciendo”.
En este sentido, otro factor importante a tener en cuenta
sobre el Pacto Antiguo es que fue temporal y típico de forma
intencionada. Colosenses 2:17 describe las leyes ceremoniales
mosaicas (Viejo Pacto) como “sombras” de las cosas que habían de
venir. Hebreos 8:5 describe el Templo terreno como “tipo y
sombra” del templo celestial. La ley Mosaica en sí misma, fue
tan sólo una “sombra” del cumplimiento que vino con Cristo.
El Nuevo Pacto
Con la muerte de Cristo, su resurrección y ascensión la
promesa que Dios hizo a Adán y repitió a Abraham permanece, pero
las circunstancias han cambiado. Nosotros, quienes vivimos a
este lado de la cruz, vemos las cosas de diferente manera porque
vivimos en los días del cumplimiento. En términos bíblicos,
vivimos en los “últimos días” (2 Pedro 3:3; Santiago 5:3;
Hebreos 1:2; Hechos 2:17).
Todo el propósito del Antiguo Pacto fue el de dirigir la
atención hacia arriba, hacia realidades celestiales (Ex 25:9;
Hechos 7:44; Heb 8:5) y hacia adelante en la historia hacia el
sacrificio de Jesús en la cruz. Las viejas señales, la Pascua y
la circuncisión, así como los demás sacrificios sangrientos y
ceremonias han sido substituidos. Aunque aún vivimos en una
relación de pacto con Dios, y las imágenes sangrientas de Cristo
han sido reemplazadas por señales no sangrientas (recuerdos) y
sellos.
Así como Dios hizo un pacto con Abraham, él prometió que más
tarde vendría un Nuevo Pacto (Jer 31:31). Dios hizo este Nuevo
Pacto en la sangre del Señor Jesucristo (Lucas 22:20). El Señor
Jesús de forma específica y consciente estableció “el Nuevo
Pacto”. El apóstol Pablo dijo de sí que él era “un siervo del
Nuevo Pacto” (2 Cor 3:6). ¿Cómo puede ser si no hay sino un solo
Pacto de la Gracia? El Nuevo Pacto es nuevo si lo comparamos con
Moisés, pero no si lo comparamos con Abraham.
Este es el tema de Gálatas 3:1-29; 4:21-31, y 2 Corintios
3:7-18 donde Pablo dice que la gloria del Viejo Pacto estaba
desapareciendo, pero que la gloria del Nuevo Pacto es permanente.
El mensaje de los capítulos 3 al 10 de Hebreos es que el Viejo
Pacto (bajo Moisés) fue preparatorio del Nuevo Pacto. El tema
fundamental de Hebreos 11 es que Abraham tuvo una fe del Nuevo
Pacto, esto es, anticipó una ciudad celestial y la redención que
tenemos en Cristo (Hebreos 11:10).
Israel Definido
Hubo pues un Israel antes del Pacto Antiguo. Israel fue el
nombre dado a Jacob. Esta es la primera vez que la palabra
“Israel” aparece en las Escrituras, como conclusión a la
historia de la lucha de Jacob (Gen 32:21-30).
Después de haber pasado la noche luchando con un hombre
anónimo, y “cuando el hombre vio que no podía con él” (v.25),
Jacob le pidió una bendición. A cambio, el luchador le puso a
Jacob el nuevo nombre de Israel, el cual él definió como “luchas
con Dios y con los hombres.”
Así pues, en la historia de la salvación, todos aquellos que
provienen del patriarca Jacob son, en un amplio sentido,
“Israel”. Tan sólo dos capítulos después el término “Israel” es
usado para describir el lugar y nombre de los hijos de Abraham,
Isaac y Jacob (34:7). En Padam Aram, Dios de nuevo le bendice y
le llama a Jacob “Israel” (35:9-10) y repite la promesa hecha a
Abraham de ser Dios para Abraham y para sus hijos.
Todo esto parece apoyar la idea de que Israel significa “aquellos
que físicamente descienden de Jacob.” A excepción de que Jacob
no es el principio de la historia. Antes de que hubiera un
Israel ya hubo un Abraham y su milagroso hijo, Isaac (Rom 9), y
antes de Abraham, dice Jesús, “YO SOY” (Juan 8:58). Fue a
Abraham a quien Dios prometió “Yo seré tu Dios, y tú serás mi
pueblo.” En efecto, Jesús les enseñó a los Judíos en Juan 8 que
fue él quien hizo la promesa a Abraham (Juan 8:56). Recuerda
también que el primer cumplimiento de esa promesa no vino por “voluntad
de varón”, sino por el poder soberano de Dios al permitirle a
Sara concebir en su anciana edad. Todos estos son factores
importantes a recordar cuando nos acerquemos a la respuesta de
Pablo a la pregunta ¿Quién es el Israel de Dios?
Israel, Mi Hijo
En el éxodo de Egipto Dios constituyó a los hijos de Jacob
colectivamente como su “hijo”.
“Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito.
Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva,
mas no has querido dejarlo ir; he aquí yo voy a matar a tu
hijo, tu primogénito.” (Ex 4:23).
Esta no es una declaración casual, sino una descripción
deliberada del pueblo nacional. Los hijos de Jacob no son el
Hijo de Dios por naturaleza, sino por adopción. Moisés niega que
hubiera ninguna cualidad inherente en Israel que hiciera a los
hijos de Jacob merecedores de ser llamados el pueblo de Dios.
“No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha
querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más
insignificante de todos los pueblos; si no por cuanto Jehová
os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros
padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha
rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto.”
(Dt 7:7-8)
De acuerdo con este pasaje hay dos razones por las cuales
Dios escogió a Israel, Su amor inmerecido y la promesa hecha a
Abraham.
Israel Extraviado
Israel, sin embargo, no era hijo natural de Dios. Esto se vio
claramente en el desierto, en Canaán y finalmente en la
expulsión cuando Dios cambió el nombre de su “hijo” Israel por
“Lo-ammi, no mi pueblo” (Oseas 1:9-10).
Dios desheredó a su “hijo” adoptado, temporal y nacional,
Israel, como pueblo nacional precisamente, porque jamás fue la
intención de Dios tener un pueblo terrenal permanente. Tras el
cautiverio, ellos ya habían cumplido ampliamente su papel en la
historia de la salvación. Como señal de este hecho, el Espíritu-Gloria
partió del templo. Esto sucedió porque su principal función fue
la de servir como modelo y sombra del hijo natural de Dios,
Jesús el Mesías (Hebreos 10:1-4).
Jesús, el Israel de Dios
La tesis de este ensayo es que Jesús es el verdadero Israel
de Dios y que todo aquel que esté unido a él, sólo por gracia,
sólo por medio de la fe, viene a ser por virtud de esa unión el
verdadero Israel de Dios. Esto significa que es erróneo buscar,
esperar, anhelar o desear una reconstitución de un Israel
nacional en el futuro. La Iglesia del Nuevo Pacto no es algo que
Dios instituyó hasta que él pudiera volver a crear un
pueblo nacional en Palestina, sino que más bien Dios sólo tuvo
un pueblo nacional temporalmente (desde Moisés hasta Cristo)
como preludio y avance de la creación del Nuevo Pacto en el cual
las distinciones étnicas que hubo bajo Moisés fueron completadas
y abolidas (Efesios 2:11-22; Colosenses 2:8-3:11).
Mateo 2:15
En el texto Hebreo la expresión “fuera de Egipto” ocurre más
de 140 veces. Esta es una evidencia más de la existencia de un
Israel nacional. Cuando Dios dio la Ley dijo, “Yo soy Yahvéh tu
Dios quien te sacó de la tierra de Egipto.” Eran un pueblo
redimido que pertenecía a su Salvador.
Esto es aún más significativo cuando Mateo 2:15 cita Oseas
11:1. La Escritura dice,
Y él, despertando, tomó de noche al niño y a su madre, y
se fue a Egipto, y estuvo allá hasta la muerte de Herodes;
para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del
profeta, cuando dijo: “De Egipto llamé a mi Hijo.”
Herodes estaba a punto de descargar su rabia sangrienta
contra los primogénitos de los Judíos. La interpretación
inspirada que Mateo hace de las Escrituras Hebreas debe regular
nuestra interpretación de las Escrituras, y según la
interpretación de Mateo nuestro Señor Jesús es el verdadero
Israel de Dios, no el pueblo temporal y nacional de Israel. En
efecto, no es nada exagerado decir que la única razón por la
cual Dios orquestó el primer éxodo fue para poder orquestar el
segundo éxodo y que así pudiéramos conocer que Jesús es el
verdadero Hijo de Dios y que todos los cristianos son el Israel
de Dios sin considerar su etnia.
Dado que Jesús es el verdadero Israel de Dios, por eso en su
infancia y de hecho en toda su vida, recapituló la historia del
Israel nacional. Todo aquello que el Israel nacional rebelde no
haría, Jesús lo hizo: él amó a Dios con todo su corazón, su
alma, su mente y sus fuerzas y a su prójimo como a sí mismo
(Mateo 22:37-40).
Gálatas 3:16
De forma similar, el apóstol Pablo argumenta muy claramente
que las promesas hechas a Abraham tienen su cumplimiento en
Cristo. Gálatas 3:16 dice,
“Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su
simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de
muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo.”
Pablo explica lo que quiere decir. Las promesas hechas a
Abraham fueron promesas del evangelio del Nuevo Testamento.
Fueron dadas antes de Moisés y fueron cumplidas en Cristo. Jesús
es el verdadero hijo de Abraham, él es “la simiente” prometida a
Abraham.
El propósito de la Ley dada a Moisés fue el enseñar al Israel
nacional y a nosotros la seriedad de nuestro pecado y nuestra
miseria (Gálatas 3:22). La Ley administrada a través de Moisés
no cambió fundamentalmente la promesa del evangelio dada a
Abraham (3:17-20). El Nuevo Pacto no es si no el cumplimiento y
la renovación del Pacto con Abraham, y el Pacto con Abraham no
fue más que el cumplimiento y la renovación del pacto de Gracia
hecho con Adán después de la caída.
Jesús, el Salvador de Israel
Hechos 13:23
Parte de la confusión que conlleva el tema del plan de Dios
en la historia, y por lo tanto parte de la razón por la cual los
cristianos están tan confundidos sobre el plan de Dios para el
futuro de su pueblo, viene porque muchos no comprenden qué vino
a hacer Jesús por el Israel nacional. Jesús no vino a establecer
un reino Judío terrenal y nacional, sino que vino a ser su
Salvador y el Salvador de todo el Pueblo de Dios, fueran judíos
o gentiles.
Nuestro Señor, antes de su encarnación, se identificó a sí
mismo con Israel a través del profeta Isaías (43:3) como “el
Santo de Israel”, su “Salvador.” Este es el mismo asunto que el
apóstol Pedro trató en su gran sermón de Pentecostés, que David
no es el Rey, ya que está muerto. Jesús, puesto que vive, es el
Rey y fue sobre Jesús que David profetizó (Hechos 2:19-34).
Más tarde, en otro sermón, Pedro dijo que Dios había ahora “exaltado”
a Jesús “a su propia mano derecha como Príncipe y Salvador, para
que pudiera darle a Israel arrepentimiento y perdón de pecados.”
Los Hijos de Abraham
Con todo este trasfondo, ahora estamos en situación de
responder a las preguntas, “¿Quiénes son los hijos de Abraham?”
y “¿Quién es el Israel de Dios?” Jesús dijo,
“Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces
conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino
que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me
envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque
yo hago siempre lo que le agrada.” (Juan 8:28-29).
él continuó diciendo que “Si vosotros permaneciereis en mi
palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la
verdad, y la verdad os hará libres.” (vv.31-32) a lo que ellos
responden señalando que ellos son descendencia física de Abraham
(v.33).
A esto Jesús responde, “Si fueseis hijos de Abraham, las
obras de Abraham haríais” (v.39). Esta es pues la definición que
el Señor hace de un hijo de Abraham, un Judío, o Israel: Quien
hace las cosas que Abraham hizo. ¿Y qué hizo Abraham? Según
Jesús, “Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día;
y lo vio, y se gozó” (v.56). Según Jesús el Mesías, un Judío, un
verdadero Israelita es aquel que tiene fe salvadora en el Señor
Jesús ya sea antes o después de su encarnación. Esta es solo
otra forma de decir que Jesús es “el camino, la verdad y la vida”
y que “nadie viene al Padre” sino por él (Juan 14:6). Este
versículo también se aplica a Abraham, Isaac y Jacob así como a
cualquiera.
Luego, no debiera sorprendernos encontrar básicamente la
misma enseñanza en la teología del Apóstol Pablo. En Romanos 4,
Pablo dice que uno es justificado de la misma manera que Abraham
fue justificado, solo por gracia, y solo a través de la fe en
Jesús (Romanos 4:3-8).
¿Y qué de los Gentiles? Pablo pregunta, “¿Cuándo fue Abraham
justificado? ¿Bajo qué circunstancias? ¿Antes o después de ser
circuncidado? ¡No fue después, sino antes!” (Romanos 4:11).
“ para que fuese padre de todos los creyentes no
circuncidados, a fin de que también a ellos la fe les sea
contada por justicia; y padre de la circuncisión, para los
que no solamente son de la circuncisión, sino que también
siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham
antes de ser circuncidado.” (Romanos 4:11-12).
Por lo tanto estas dos preguntas están íntimamente
relacionadas. La Justicia ante Dios “viene por fe” (Romanos
4:16), no por guardar la Ley, ni por ser física o étnicamente
Judío,
“para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea
firme para toda su descendencia; no solamente para la que es
de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham,
el cual es padre de todos nosotros” (Romanos 4:16)
Esto es así porque, como dijo en Romanos capítulo 2,
“es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión
es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del
cual no viene de los hombres, sino de Dios” (Romanos 2:29).
Cristo no vino para reinstalar y fijar la Teocracia Mosaica o
a establecer un reino terrenal Judío milenial, sino a salvar
pecadores Judíos y Gentiles y a hacerles, solo por gracia, solo
a través de la fe, y solo en Cristo, hijos de Abraham.
La Pared Intermedia Derribada (Efesios 2:11-22)
El movimiento de la historia de la redención se da en este
orden. El pueblo de Dios fue un pueblo internacional desde Adán
hasta Moisés. Bajo Moisés el pueblo de Dios fue temporalmente
una nación. Dios instituyó unas leyes especiales, civiles y
ceremoniales, para separar a su pueblo nacional de los paganos
gentiles. En Efesios 2:14 el Apóstol Pablo describe estas leyes
civiles y ceremoniales como la “pared intermedia” entre Judíos y
Gentiles. Por causa de esa pared intermedia los Gentiles,
considerados como pueblo, estaban “sin Cristo, alejados de la
ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin
esperanza y sin Dios en el mundo” (2:12).
Ahora, sin embargo, por causa de la muerte de Cristo, Pablo
les asegura a los cristianos gentiles que “vosotros que en otro
tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre
de Cristo” (V.13). ¿Cómo? A través de su muerte, Cristo ha
destruido la pared intermedia, ha rasgado el velo del templo, ha
destruido y restaurado el templo en tres días mediante su
resurrección (Juan 2:19),
“aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los
mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí
mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y
mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo
cuerpo, matando en ella las enemistades” (Efesios 2:15-16).
Ahora, por virtud de nuestra unión con Cristo, tanto los
cristianos Judíos como los Gentiles son “conciudadanos de los
santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19); “Porque
nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a
Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en
la carne” (Filipenses 3:3). ¿Por qué? Porque “
nuestra
ciudadanía está en los cielos” (Filipenses 3:20). ¿Cómo es pues
que el Premilenialismo, teniendo dos pueblos de Dios paralelos,
no reconstruye esa pared intermedia de separación que Jesús
destruyó con su muerte?
No Todo Israel es Israel (Romanos 9)
Uno de los lugares más claros en las Escrituras en cuanto a
este tema es Romanos 9. El contexto de este pasaje es la misma
pregunta que estamos tratando ahora, ¿qué sucede con Israel? ¿Quién
es el Israel de Dios? ¿Ha abandonado Dios su promesa con
Abraham? La respuesta de Pablo es que un Judío es quien lo es
interiormente, quien ama al Salvador de Abraham. Puesto que
Cristo fue circuncidado (Colosenses 2:11-12) por nosotros en la
cruz, la circuncisión es moral y espiritualmente indiferente.
“No que la palabra de Dios haya fallado” (Romanos 9:6). La
razón por la cual solo algunos Judíos hayan creído en Jesús como
el Mesías es por que “no todo Israel es Israel. No por el hecho
de ser descendientes de Abraham son todos sus hijos.” Más bien
los hijos de Abraham son contados “a través de Isaac” (9:7).
Esto quiere decir que “no son los hijos naturales los que son de
Dios, sino los hijos de la promesa” (v.8). ¿Cómo nació Isaac?
Por el soberano poder de Dios. ¿Cómo nacen los Cristianos? Por
el soberano poder de Dios. Cada cristiano es un “Isaac” en
cierto sentido. ¿Por qué es así? Por que
“-pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien
ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección
permaneciese, no por las obras sino por el que llama-, se le
dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob
amé, mas a Esaú aborrecí.” (Malaquías 1:2; Romanos 9:11-13).
¿Cómo puede ser esto? Esto es porque Dios “Tendré
misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del
que yo me compadezca” (Rom 9:15).
“Así que no depende del que quiere, ni del que corre,
sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura
dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar
en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda
la tierra. De manera que de quien quiere, tiene
misericordia, y al que quiere endurecer, endurece”. (Rom
9:16-18).
¿Es Dios injusto? De acuerdo con el apóstol Pablo, como
criaturas, no tenemos “derechos” delante de Dios. Dios es el
alfarero, nosotros el barro, pero los Cristianos son barro
redimido, objetos de misericordia, preparados de antemano para
la gloria. Debemos evaluar nuestra condición teniendo como telón
de fondo la paciencia de Dios con esos objetos de ira preparados
para destrucción (Romanos 9:22-23). Estas vasijas preparadas
para la gloria son tomadas tanto de entre los Judíos como de
entre los Gentiles (Romanos 9:24). Esto es lo que él prometió en
Oseas. él ha hecho de aquellos que fueran una vez “Lo-ammi”, “no
mi pueblo”, o sea los Gentiles, que ahora fuesen “hijos del Dios
vivo” (Oseas 2:23; 1:10; Romanos 9:25-26).
La razón por la cual los Gentiles, que estaban sin la Ley,
hayan “obtenido justicia”, y que Israel que sí la adquirió por
Ley no la tenga, es porque la justificación no es por las obras,
sino por gracia (Romanos 9:32). Ellos se tropezaron con Jesús,
la piedra de tropiezo. él no encajó con sus planes nacionalistas,
y digo yo, que tampoco encaja él con los planes nacionalistas/Sionistas
del Premilenialismo.
No es que Pablo no quiera que los Judíos no sean salvos, sino
que les dice esto porque quiere que los Judíos también se salven.
La única manera de que un descendiente físico de Abraham, Isaac
y Jacob sea un verdadero Israelita es unirse al verdadero Israel
de Dios, a Jesús, por medio de la fe. “Porque no hay diferencia
entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es
rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que
invocare el nombre del Señor, será salvo” (Romanos 10:12-13).
“No todos los Israelitas han aceptado el Evangelio.”
¿Ha rechazado Dios a su pueblo? No, los escogidos son su
pueblo, y todos los escogidos serán salvos. Hay también Judíos
creyentes. Pablo se pone a él mismo como ejemplo (Romanos 11:1).
él es parte del remanente escogido que no ha doblado su rodilla
ante Baal. “Así también aun en este tiempo ha quedado un
remanente escogido por gracia. Y si por gracia, ya no es por
obras; de otra manera la gracia ya no es gracia” (Romanos
11:5-6). Lo que Israel buscó ansiadamente no lo obtuvo, pero los
escogidos sí. Los demás fueron endurecidos.
La elección de Dios de unos y la reprobación de otros son dos
hechos de la historia de la redención que Pablo saca a la luz
con la pregunta “¿Quién es el Israel de Dios?”. Y de nuevo
enseña: La salvación es solo por gracia, solo por medio de la fe,
y solo en Cristo; y “Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado;
pero los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron
endurecidos
” (Rom 11:7).
¿Ha acabado Dios de salvar Judíos? De ninguna manera. La
salvación ha venido a los Gentiles para “provocar a Israel a
celos” (Rom 11:11). Los Gentiles, por el favor inmerecido de
Dios, han sido injertados al Israel de Dios. Y “ha acontecido a
Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la
plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo”
(Romanos 11:25-26).
Los Cristianos son el Israel de Dios en Cristo
Gálatas 6:16
Dado este trasfondo, no debiera sorprendernos nada el hecho
de que los apóstoles llamaran a ambos, Judíos y Gentiles, “el
Israel de Dios.” Este es el lenguaje de Pablo refiriéndose a la
congregación mezclada de Galacia.
1 Pedro 2:9-10
El apóstol Pedro usa el mismo tipo de lenguaje para describir
las congregaciones de mayoría gentil en Asia Menor, a quienes
escribe diciendo, “vosotros que en otro tiempo no erais pueblo,
pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no
habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado
misericordia.”
Hebreos 8:8-10
Según el escritor a los Hebreos, aquellos que invocaren el
nombre de Cristo son “la Casa de Israel.” Cualquiera que haya
creído en Cristo es un heredero de las promesas del Nuevo Pacto.
Conclusión
¿Ama a los Judíos el Dios de Abraham, Isaac y Jacob? Sí. ¿Tiene
un plan para los Judíos? Sí, el mismo plan que prometió a Adán,
la simiente de la mujer, el mismo plan que prometió a Abraham,
“la Simiente.” Esa simiente es una: Cristo. él es el Santo de
Israel, él es el Israel de Dios. él hizo lo que Adán no. él hizo
lo que un Israel terco no quisiera ni pudiera haber hecho. él
sirvió al Señor con todo su corazón, alma, mente y fuerzas.
Muchos de los Judíos, de todas formas, no estaban buscando un
Salvador. Buscaban un rey. Jesús es Rey, pero ganó su trono
mediante su obediencia y muerte, y eso no es lo que ellos
querían. Ellos querían gloria, poder y un reino teocrático,
político, y físico en esta tierra. Jesús ha establecido su reino,
a través de la predicación del Evangelio y la administración de
los sacramentos. Este reino puede que no sea tan emocionante
como gobernar desde Jerusalén durante una era dorada en la
tierra, pueda que no venda tantos libros ni llene tantas butacas
en los cines, pero el mundo nunca ha encontrado al Jesús de las
Escrituras muy interesante. Por eso él es piedra de tropiezo
para los Judíos Sionistas y locura para los Griegos. Para los
Cristianos, sin embargo, él es el Cristo, “poder de Dios, y
sabiduría de Dios” (1 Corintios 1:24).
Escatología últimas cosas final de los tiempos Israel
Jerusalén dejados atrás rapto últimos días últimas cosas
historia de la salvación pacto Judíos Gentiles Mesías anticristo
escatología últimas cosas final de los tiempos pacto historia de
la salvación historia de la salvación.