Sobre el papel de la mujer en la Iglesia

Entre el patriarcalismo y el igualitarismo

La ordenación de las mujeres, y, de forma más general, la participación de éstas en la iglesia, es un tema moderno que continúa produciendo numerosos libros, artículos e incluso apoyando sociedades. Lo peor que podemos hacer en las comunidades reformadas es ignorarlo solo porque no ordenemos mujeres para ministrar en los oficios especiales. Se han publicado excelentes discusiones sobre el tema de las mujeres en la iglesia, pero, aunque no afirmo haber leído sobre el tema con tanta profundidad, aún no he encontrado ninguna que comience desde una categoría que resulta fundamental para nuestra comprensión reformada del asunto: el oficio general del creyente.

EL OFICIO GENERAL DEL CREYENTE

El origen del término y el concepto de «oficio general del creyente» probablemente surgió de la idea clave de la Reforma acerca del sacerdocio de todos los creyentes, la cual se deriva particularmente de pasajes como el siguiente:

¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es (1 Corintios 3:16-17; cf. 2 Corintios 6:16).

Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu (Efesios 2:19-22; cf. Ef 4:7-16).

Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Romanos 12:1–2).

Pero el oficio general del creyente se extiende más allá del sacerdocio hacia el «profético» (Hechos 2:1-4 y Joel 2:28-29) y la «realeza» de todos los creyentes (Apocalipsis 1:4-5; 5:9-10), ya que Cristo nos redimió a todos a fin de que todos podamos servirle ahora y para siempre en su real servicio.

Es cierto que, en esta vida, Cristo llama a algunos a un servicio particular, que está enfocado para equipar a sus santos de maneras especiales (por ejemplo, Efesios 4:11-12; 1 Corintios 12:4–29). Pero esto no menoscaba en lo más mínimo la importancia y dignidad del servicio de aquellos que tienen un cargo general. La Forma de Gobierno de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa lo expresa de esta manera:

El poder que Cristo ha confiado a su iglesia no ha sido investido solamente a aquellos con oficios especiales, sino a todo el cuerpo. Todos los creyentes son investidos con el Espíritu y llamados por Cristo a unirse a la adoración, edificación y testimonio de la iglesia, que crece como cuerpo de Cristo bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro. El poder de los creyentes en su oficio general incluye el derecho a reconocer y desear el ejercicio de los dones, así como el llamado a los oficios especiales. El ejercicio regular de supervisión en una congregación particular se lleva a cabo por aquellos que han sido llamados a tal trabajo por votación del pueblo (FOG III:1; cf. Catecismo de Heidelberg, Día del Señor 31-32).

Ahora bien, esta enseñanza sobre el oficio general resulta particularmente útil cuando se considera la forma en que las mujeres sirven a Cristo en su iglesia. Dado que nuestras iglesias creen que Dios no llama a las mujeres a un cargo especial, a menudo surge la pregunta en nuestras iglesias acerca de qué cosas pueden hacer en ellas las mujeres. Leamos los siguientes pasajes, por ejemplo:

Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio (1Ti 2:12) . . . vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. 35 Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación (1Corintios 14:34–35).

Como resultado, surgen preguntas acerca de si la Biblia permite a las mujeres enseñar en la escuela dominical, o participar en estudios bíblicos donde hay hombres presentes.

¿QUÉ PUEDEN HACER LAS MUJERES EN LA IGLESIA?

El mejor enfoque para este tipo de preguntas es utilizar un principio salpicado con una fuerte dosis de sabiduría. Y el principio principal es que todas las mujeres, en virtud de ser hijas redimidas de Dios, creadas y renovadas a imagen de Cristo, tienen un cargo en la iglesia igual que los hombres no ordenados: el oficio general del creyente. Como tales, tienen ciertos derechos y responsabilidades de gran alcance en cuanto al servicio en la iglesia. Este es el principio subyacente a cualquier respuesta que pueda darse a la pregunta acerca de cómo las mujeres pueden servir en la iglesia de Cristo.

Así que, para empezar, debemos decir que una mujer puede hacer en la iglesia cualquier cosa que también pueda hacer un hombre no ordenado. No existen principios de base para afirmar lo contrario. Aunque debemos aplicar este principio con sabiduría, ese es el punto de partida. Ilustraré primero el principio con ejemplos de situaciones en las que podrían surgir preguntas, y luego discutiremos situaciones en las que la sesión o el consistorio posiblemente necesiten aplicar prudencia al deliberar sobre casos particulares.

En muchas de nuestras iglesias, las mujeres toman la iniciativa en la organización, enseñanza y redacción de materiales para la educación de nuestros niños y jóvenes en las escuelas dominicales. ¿No es esto «enseñar en la iglesia»? ¿Compromete esto lo que la Biblia enseña acerca de las mujeres? Sin embargo, los hombres no ordenados, que ocupan el mismo cargo general que las mujeres, también se involucran por completo en estas actividades de la escuela dominical. Así pues, si un hombre no ordenado puede y debe hacer esto en la iglesia, entonces, en principio, una mujer no ordenada puede y debe ser capaz de hacerlo también.

En mi opinión, el tema de las escuelas dominicales está matizado por otra idea bíblica. La enseñanza y el discipulado de los hijos del pacto es responsabilidad particular de los padres, con la participación directa del ministro y los ancianos a través del ministerio de la palabra y el catecismo. Aunque la Biblia a menudo se centra en los padres que enseñan y forman a sus hijos «en el Señor» (por ejemplo, Efesios 6:1, 4), las madres también están directamente involucradas en el discipulado cristiano de los niños: «Oye a tu padre, a aquel que te engendró; y cuando tu madre envejeciere, no la menosprecies
. . . .Palabras del rey Lemuel; la profecía con que le enseñó su madre… Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia está en su lengua» (Prov 23:22; 31:1, 26; énfasis añadido). Los niños deben instruirse en la palabra del Señor «y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes» (Deuteronomio 6:7), y lo cual involucra a las madres en un grado muy significativo.

Vista la responsabilidad principal de los padres en la instrucción cristiana, creo que deberíamos ver la instrucción en la escuela dominical, en la que las mujeres y hombres no ordenados enseñan, como una instrucción parental delegada. Estas mujeres y hombres están, durante alrededor de una hora cada semana, sustituyendo a los padres, proporcionando una instrucción adicional en la fe bajo la supervisión especial de la sesión o consistorio. Así pues, los maestros de escuela dominical y los desarrolladores de currículos operan según el oficio general del creyente, tal y como los padres que instruyen a sus hijos en la fe.

Pero ¿qué sucede si se trata de una escuela dominical para adultos? Bien, en esto la práctica varía considerablemente en nuestras iglesias. En mi opinión, estas clases deben ser enseñadas por el pastor, por un pasante pastoral, o posiblemente un anciano que sea «apto para enseñar», formando parte del ministerio especial de la palabra. A mi parecer, esto forma parte de la instrucción especial en la palabra a la que estos hombres están especialmente llamados, a fin de edificar a los santos en la doctrina y en la vida. Así lo hacemos en la congregación de la que formo parte, y los catecismos de las iglesias reformadas juegan un papel prominente como plan de estudios.

Aún tras dar mi opinión, concibo importantes situaciones en las que las mujeres podrían participar legítimamente como maestras de una clase de adultos. Por ejemplo, imaginemos que un pastor ha llevado a su iglesia a través de los catecismos y libros bíblicos durante años, y quiere ahora diversificarse durante algún tiempo instruyendo sobre temas con enfoque cotidiano. (Lo cual se relaciona con lo que la Biblia llama «sabiduría», siendo el tema especial en Proverbios). Su intención es discutir sobre temas como «La medicina cristiana y moderna» o «El cristiano y las leyes». Al deliberar sobre la enseñanza bíblica relacionada con temas médicos y legales, quiere incluir varias semanas de presentaciones a cargo de miembros de la iglesia que sean médicos y abogados, que hayan pensado con profundidad en cómo su fe afecta a algunas de las decisiones difíciles que enfrentan cada día en sus profesiones. También quiere que traigan pasajes de la Biblia que hayan encontrado particularmente relevantes con respecto a estos temas. Sin embargo, tanto el médico como el abogado que el pastor tiene en mente para estas clases de adultos son mujeres. ¿Compromete esto el principio de 1Ti 2:12 acerca de que una mujer no debe enseñar a un hombre en la iglesia? Una vez más, consideremos que estas mujeres tienen el cargo general del creyente. Si el pastor involucrara a un médico y a un abogado varones en esta clase, estos no tendrían ningún cargo especial que fuese superior al de las mujeres en virtud de ser hombres: ambos son titulares del oficio general del creyente y, por tanto, deben dedicarse a «enseñarse y amonestarse unos a otros en toda sabiduría» (Col 3:16; cf. Ef 5:19).

CONCLUSIÓN

Estos ejemplos ilustran que el oficio general del creyente da oportunidades a las mujeres para enseñar y amonestar en la iglesia, uniéndose así a los hombres no ordenados que tienen el mismo cargo general. Ambos son creados a imagen de Dios y renovados a imagen de Cristo como sacerdotes y reyes para tal servicio en el reino del Señor (por ejemplo, Apocalipsis 1:6; 5:10). Sin embargo, las sesiones y los consistorios en nuestros días deben aplicar los principios discutidos con especial sabiduría. Hoy en día a veces se les dan roles a los hombres no ordenados que realmente solo serían apropiados para los ministros y ancianos ordenados de la iglesia. Como tal, las mujeres no ordenadas podrían fácil y comprensiblemente aspirar a las mismas tareas. Además, las personas en nuestra cultura son particularmente sensibles a las diferencias entre hombres y mujeres, y será necesario esforzarnos para explicar por qué no ordenamos mujeres a los cargos especiales. Sin embargo, hemos de esforzarnos del mismo modo por crear oportunidades para que los oficiales generales de nuestras iglesias sirvan a Cristo de manera adecuada, según Él los ha llamado, a fin de que, a través de su servicio, le lleven a Él, Cabeza de la Iglesia, el tributo de sus vidas en gratitud por su elevado llamado.

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  • S. M. Baugh
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    The Rev. Dr. S. M. Baugh is Professor Emeritus of New Testament at Westminster Seminary California, where he taught Greek and New Testament from 1983–2021. He is author of two grammars of New Testament Greek, a contributor to the Zondervan Illustrated Bible Backgrounds Commentary, the commentary on Ephesians in the Evangelical Exegetical Commentary series, The Majesty of High (on the Kingdom of God), and numerous articles. He is a minister in the Orthodox Presbyterian Church.

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